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Ana Campos

Títeres del destino.


“Antiguamente un relato solo tenía dos maneras de acabar: pasadas todas las pruebas, el héroe y la heroína se casaban o morían. El sentido último de todos los relatos tiene dos caras: la continuidad de la vida o la inevitabilidad de la muerte”, esto era lo que decía Ítalo Calvino al final de Si una noche de invierno un viajero (Siruela, 2015) que me ha llamado la atención y, por eso, se me antoja jugar un poco con la idea de que una obra o una vida acabara de otra manera. En la vida decimos conocer a nuestros conocidos, pero, en realidad, sólo los conocemos superficialmente, en cambio a los personajes principales en las obras de Shakespeare los llegamos a conocer a fondo. Por eso, podemos especular sobre la vida de esos personajes, aunque sabemos que “lo que pudo haber sido es una abstracción, pero sigue siendo una perpetua posibilidad”, como decía T.S. Eliot. Dentro de las posibilidades, se antoja pensar en la Nodriza de Julieta, parte importante en esa tragedia que todo mundo conoce, donde los jóvenes veroneses mueren, para convertirse en la tragedia de amor juvenil por excelencia. Nos dan ganas de imaginar qué hubiera pasado si le hubieran entregado la carta a Romeo, exilado en Mantua, esa que le escribió Fray Lorenzo para que se enterara que Julieta no estaba muerta sino cataléptica y, con eso, evitaríamos el final de todos conocido. Se nos frunce el estómago cuando la Nodriza grita desesperada que era “el día más triste de su vida”, por eso, nos dan ganas de modificar la escena en donde el fraile Juan, en lugar de irse directo a Mantua para entregarle la carta a Romeo, visita a uno de sus hermanos descalzos para quedar encerrado por las autoridades que temían se hubiera contagiado de la peste bubónica. Entonces, Romeo no se enteró de la situación. Tal vez por eso, dijo un día que era “un títere del destino” (O, I am fortune’s fool), como a veces nos podemos sentir o como se pudo haber sentido la Nana de Julieta. Romeo muere poco antes que Julieta vuelva a la vida. Al verlo, rígido y de un color extraño, toma su daga y acaba con la suya. Al día siguiente, el Príncipe de Verona dice que “la mañana trae consigo una paz lúgubre… Hay que hablar de estos tristes sucesos en donde unos serán perdonados y otros castigados, pues nunca hubo una historia tan triste como ésta de Julieta y su Romeo.” ¿Cómo se habrá sentido la Nodriza? No volvemos a saber de ella, pero, cuando Julieta realmente muere, sabemos que ella se queda sin trabajo después de haberle dedicado catorce años de su vida, como eran la costumbre en las familias acomodadas que dejaban en manos de la Nodriza el cuidado de sus hijos. No sé qué es peor, si la muerte en sí misma o el morirse en vida, como le pudo haber pasado a la Nodriza. Su vida había perdido sentido, pues Julieta había sido todo para ella, todo absolutamente: Susana, su hija, murió recién nacida; poco después, su marido; dos pérdidas que sustituyó cuidando a Julieta a quien amamanto, la vio crecer y tropezarse de niña el día que la destetó y se cayó boca abajo y, cuando su marido la levantó, le dijo: “ya verás Julietita cuando te caigas boca arriba…”, tal como le pasó en su noche de bodas. Todo se acabó en un suspiro. La Nana regresó a su pueblo cerca del Lago de Garda y la podemos ver murmurando lo feliz que había sido en Verona desde el primer día que amamantó a Julieta y cuando fue celestina con el joven Romeo. Sin más qué hacer, en medio de su soledad, sintiéndose títere del destino, camina entre las tumbas etruscas, tentada a dejarse caer en una de ellas, imaginando que en el más allá, podría volver a ver a la niña de sus ojos.


Disfruten del invierno antes que se acabe, Martín Casillas de Alba Sábado 19 de febrero, 2022.

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