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Ana Campos

Como pájaro enroscado por una serpíente por Martín Casillas



D.H. Lawrence llegó a Chapala en 1923 para escribir el primer borrador de lo que sería su novela La serpiente emplumada de donde he tomado este diálogo cuando Kate está llegando a Sayula, como le llamó a Chapala, en una lancha, después de pasar por la isla del Presidio:


“Rocas y sequedad, paredones hundidos… Mientras se deslizaban tranquilos, Kate metía los dedos en el agua tibia del lago y sentía que la paz y una fuerza desconocida descendían hacia ella. Una especie de plenitud de fruta madura.

“—Sayula —exclamó Kate. Ella sólo vio, a lo lejos, las verdes copas de los árboles, una playa extensa y un enorme edificio que sobresalía.

“—¿Qué es eso? —preguntó.

“—La Estación del Ferrocarril—le contestaron.

“Le impresionó ver una imponente construcción moderna. Humeaba la chimenea de un vaporcito solitario en el muelle y algunos barcos cargados que avanzaban hacia la orilla. El barco lanzó un silbido y salió al centro del lago…”


Resulta que la Estación se había inaugurado en 1920, financiada por el noruego Christian Schjetnan y diseñada por el arquitecto Guillermo de Alba y que Lawrence calificó como “una imponente construcción moderna”. Ese edificio lo restauraron en los noventas los arquitectos Juan Palomar Verea y Carlos Petersen Farah y hoy en día sigue en perfecto estado.


D.H. Lawrence llegó a Chapala con su esposa y dos amigos. La villa sería la escenografía de su novela. Tenía más de un año sin poder escribir una obra de ficción, pero, cuando llegó a Chapala algo pasó que se le disparó la creatividad y se puso a escribir de corrido: había estructurado esa obra con todo y unos personajes que predicarían la nueva religión.


Escribía al aire libre, bajo la sombra de un árbol, como ese que había en la playa de Chacaltitla: por fin había logrado tener la calma que se necesita tener, así como, la concentración para terminar el primer manuscrito que, originalmente, había titulado como Quetzalcóatl, un título que ningún angloparlante podría pronunciar, por eso, su editor lo convenció para que se llamara La serpiente emplumada tal como se publicó en 1926.


Hacía tres años que había empezado a esbozar una idea basada en el supuesto que las viejas religiones europeas estaban agotadas y que era necesario una renovación, es decir, una nueva religión cimentada en alguna de las civilizaciones antiguas.


En la Ciudad de México había conocido a la arqueóloga Zelia Nuttall quien lo hospedó en una de las viejas casas de Coyoacán y le explicó los mitos y religiones que había en el México precolombino. De esa manera, esbozó unas ideas que fue tejiendo a la orilla del lago hasta que terminó la primera versión.


Salía de su casa caminando para sentarse a escribir con vista al lago, oyendo el vaivén del agua sobre la orilla hasta que, poco a poco, la serpiente emplumada tuvo vida propia.


En la novela, la irlandesa Kate Leslie llega a México con unos amigos americanos para hacer un viaje. De pronto, se da cuenta que México está en su destino, como si fuera una sentencia, sintiéndose como pájaro enroscado por una serpiente, como la que vimos al atardecer en el solsticio de verano desplegándose en uno de los vértices de la pirámide de Chichen Itza.


Dicen que Lawrence hubiera estado más en su elemento si hubiera vivido en tiempos de los aztecas, los teocallis y los sacrificios humanos. La prosa de la novela se parece a unos latigazos, inconsistentes y armoniosos como las olas cuando El Mexicanito sopla por las tardes.


Es curioso confirmar cómo es que Chapala puede provocar que fluya lo que estaba atorado, ¿será por el paisaje, el aire o el bromuro que dicen se respira y por eso se duerme y se sueña como los ángeles o por el sol en la laguna o la luna de noche, cuando las redes de los pescadores son como encajes en medio de la oscuridad?


No lo sabemos, pero sucede.

Que disfruten del tiempo de aguas,

Martín Casillas de Alba

Sábado 13 de agosto, 2022.

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