“Por alcanzarte estrella, / cuántas edades afiladas, / qué de pasos inciertos / en la apretada noche, / cuántos coros de voces implorantes, / piedras derribadas, / plegarias en órbita / solo por tu luz, estrella, / por el estío vuelto verano, / por el murmullo de ese manantial / crecido en el insomnio de mis horas”, escribió Guadalupe Morfín en su más reciente libro Teología de las cosas pequeñas (Arlequín, 2022), del que he recibido un ejemplar en su versión digital para celebrar la Navidad.
Con el respeto que le tengo a los poetas que tienen ese don con el que logran que fluya lo que está agazapado en el fondo del alma —o en las pequeñas cosas— para convertirlo en palabras precisas que nos ubican y nos hacen saber de qué estamos hechos, digo que Guadalupe ha hecho una obra de arte.
En el detalle está Dios o el diablo, como dicen por ahí, como en las pequeñas cosas que, a veces, no les damos importancia. Ella pudo captar lo que hay en ellas para rescatarlas y darles vida de tal manera que sus lectores podamos vernos reflejados en esos espejos, como con este fragmento del poema que he compartido con ustedes, que estoy seguro que lo van a entender si alguna noche han tenido insomnio, con sus voces implorantes por el dolor de la ausencia o por las piedras derribadas, para que nos asomemos a ver las estrellas para asumir el lugar que nos corresponde, en medio de ese espacio infinito, para ser como el murmullo que ha crecido —como dice Guadalupe— en el insomnio de esas horas.
El poeta —decía José Gorostiza— expresa la relación que existe entre él y la misteriosa substancia que elabora…. Es como andar a ciegas, cuando intenta uno perseguir y reconocer a unas fugaces apariciones que, a veces, capturamos en una red de palabras luminosas, exactas y palpitantes. La poesía no es diferente al juego de “las escondidas” y, cuando el poeta la descubre, la denuncia y, entre ella y él, como en el amor, todo es la alegría de jugar.
Guadalupe confiesa que “por alcanzarte, estrella, / por dejarme alcanzar / por tu luz / por el agua que corre / y la oscuridad donde me sé / no del todo perdida / por las mañanas rotas / por lo dicho y lo no dicho…”, como si fuera agua fresca con la que le encontramos sentido al día después de asomarme por la ventana y ver al majestuoso volcán, para poder decir una vez más: “he visto el sol, más de una gloriosa mañana acariciar las cumbres de las montañas con su potente ojo”, del Soneto de Shakespeare y, por las noches, tratar de alcanzar la luz de la estrella para saber de qué se trata todo esto.
De esta manera enfrentamos las “edades afiladas”, los obstáculos que hemos librado para que un día, años después, una vez que hayamos librado las piedras del camino y hayamos regresado a casa, podamos declarar, como lo hace la voz de la poeta cuando reclama que “aquí / en esta tierra / número uno en desaparecer personas / número de cuadro de deshonor / —de honor no puede ser— / en abrir fosas / número vergonzoso en desatender deudos / número vomitable en cobardías y silencios cómplices. Aquí / pese a todo / —precisamente por todos—”, tal como dice Guadalupe porque ha participado en esa lucha que mantuvo durante años, enfrentando la razón de la sinrazón, apaciguando a los deudos, y por eso, concluye diciendo que “hay que poner empeño / —vida de por medio— / en fotografiar al pájaro amarillo / que visita el jardín, / darle un té con miel al que barre / y su abrazo al que sale o al que llega”, ahora que ha regresado para observar las pequeñas cosas, de tal manera que podamos descubrir los secretos que hay en ellas.
Martín Casillas de Alba
Sábado 24 de diciembre, 2022.
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