Nadie me leyó ni me contó un cuento cuando era niño. Resulta que los empecé a leer a los trece años cuando me quedé confinado en mi cuarto durante tres meses por una hepatitis. Entonces, empecé a oír música clásica y a leer esos textos que había en los veinte volúmenes del Tesoro de la Juventud, entre ellos, unos cuentos con los que me quedé asombrado por el parecido que tenían con lo que me estaba pasando por la cabeza o porque me llevaban de la mano a unos lugares desconocidos en otros tiempos y con unos sucesos nunca antes imaginados.
Nada como volver a Las mil y una noche como lo he hecho en estos tiempos con la versión que me recomendó Tony Castro (que, por cierto, es el director de escena de la ópera Orfeo y Eurídice de Gluck que se estrena en marzo en el Palacio de Bellas Artes), The Annotated Arabian Nights (Liberight, 2021), en la versión de Yasmine Seale que resulta ser una joya, si no de la juventud, tal vez de la senectud, en donde recorremos esos cuentos de nunca acabar como los que le contaba Sherezada (“de noble apariencia”) al sultán Shahriar (“el que gobierna al mundo”) en mil y una noches, para sobrevivir de las amenazas de muerte, tal como le habían sucedido a todas y cada una de las doncellas persas después de pasar por la cama del sultán.
Sherezada no le contaba esos cuentos por el gusto de hacerlo, como lo hizo Eraclio Zepeda esa noche que estuvimos en Guadalajara, en la casa de Anís Díaz después de haber presentado Andando el tiempo en el Hospicio Cabañas en junio de 1982. Entonces, nos empezó a contar varias historias de un hilo durante el resto de la noche, literal, tal como lo volvimos a experimentar tiempo después en la casa de su madre en Tuxtla Gutiérrez, en donde estaba su compadre Omar Alfaro, que siempre pensé que era un invento de Laco en alguno de sus cuentos, pero que, en realidad, era vecino de su rancho en Palenque, un cuentero de pura cepa, que no tardó en sacar su madeja de historias que la fue deshilando hasta el amanecer.
Ahora, cuando leo estas historias, una que otra tarde, pienso cómo le hizo Sherezada para contarlas pues, aunque parece que son como el cuento de nunca acabar, de esa manera posponía su ejecución, porque al amanecer, resulta que el sultán estaba en ascuas, deseando que la cuentera regresara por la noche para que le siguiera contando lo que pasó, enlazando, de esta manera, un eslabón más en esa cadena de cuentos con un final colgado de un hilo, de tal manera que su amo deseara saber qué pasó a Simbad el marino o los genios que aparecen y desaparecen de las botellas, antes que la cuentera y el sultán volvieran a pisar tierra al amanecer, como sucedió en poco menos de tres años seguidos, en los que ella aprovechó, una que otra noche, para darse un revolcón con el sultán, hasta quedar embarazada y parir, entre cuento y cuento, a un hijo de más.
Sherezada sabía lo terrible que era imaginar el abandono, ese que relacionamos con la angustia de la separación porque implica la posibilidad de morir. Por eso hay cuentos en donde el personaje principal es abandonado, situación que había que elaborar y resolver de tal manera que se antoja volver a leerlos para digerir y confirmar cómo resolvieron todas y cada una de esas batallas, para lograr un final feliz.
Varios de estos cuentos expresan una crueldad como la está implícita en los gobiernos teocráticos musulmanes, con el Gran Ayatolá, el Líder Supremo de Irán (antes Persia), donde la realidad supera a la fantasía y las mujeres están amenazadas de muerte si no se cubren su cabellera en público, mandando a la ahorca a quien se oponen a ese castigo, sin que puedan como Sherezada, para contarle los cuentos de nunca acabar… ¿quieres que te los vuelva a contar?
Felices noches de invierno,
Martín Casillas de Alba
Sábado 21 de enero, 2023.
Comments