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Ana Campos

¿Qué le dijo el viento con olor a jazmin a mi alma? Por Martín Casillas


“Me pregunto qué dificultades hay para que muestre su radiante rostro el jardín más bello del mundo en nuestra fértil Francia… Y que nuestras viñas, así como nuestras familias, nuestros hijos y nosotros mismos ya no perdamos, por falta de tiempo, los conocimientos que deberían ser ornato de nuestra tierra. Crecemos como salvajes, como soldados que sólo saben derramar sangre, lanzar feroces juramentos, vestir de modo extravagante y realizar toda clase de atrocidades…”, esto fue lo que dijo el duque de Borgoña en un discurso antes de la firma del tratado de paz en el siglo XV, entre el rey de Francia y Enrique V de Inglaterra. Hace un mes, Yolanda Mestre me invitó a su casa en Valle de Bravo para que diera una plática sobre la vigencia de las obras de Shakespeare a un grupo de amigos que integran La Cofradía. Entre los temas que cubrí, hubo uno que tuve la oportunidad de tratar a fondo con mi vecino durante la sobremesa, relacionado con la vida de Enrique V y la necesidad de colgar la armadura después de las batallas cotidianas, para que podamos cultivar el jardín interior, el más bello del mundo, evitando crecer como salvajes. Para eso —le comentaba—, era necesario crear el hábito de la lectura desde jóvenes para que, con el tiempo, nos permita ver las cosas desde diferentes puntos de vista, así como, salir del bosque para ver el panorama completo. "Leer es decubrir insospechados caminos hacia nosostros mismos", como decía Octacio Paz. Enrique V trata de convencer a la princesa Catalina para que sea su pareja, pero dice que no sabe cómo hacerlo: pues no sabe de poesía, ni de cortejos, ni de música (cosa que no era cierto) y se queja de haber sido concebido en medio de las guerras, pues era lo único que sabía hacer: “¡Maldita sea la ambición de mi padre que sólo pensaba en las guerras al engendrarme! Por eso nací con esta apariencia ruda e inflexible que asusta a las damas que cortejo”. Pero, si aprendemos a quitarnos la armadura terminada la batalla diaria, y nos dedicamos a cultivar el jardín interior, vamos creando esos hábitos que nos permiten reflexionar sobre uno mismo y sobre la vida, en una deliciosa soledad cuando usemos las herramientas de las Bellas Artes para jardinear. Si sólo pensamos como guerreros, es decir, si sólo hablamos de la empresa, las utilidades, inversiones y demás, cuando intentemos conquistar a la princesa Catalina, resultamos aburridos, monotemáticos y, con el tiempo, incompletos y vacíos. No se puede estar siempre en el campo de batalla y aquellos que actúan como “guerreros obsesivos compulsivos” creen que la vida es una batalla continua, pero no saben que “hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, que las que sueñan en tu filosofía”, como aseguraba Hamlet. En esa plática de sobremesa salió a colación que, si no hemos creado esos hábitos desde jóvenes, cuando viejos, no tendremos rosas, como en el poema de Machado y el viento se va: Un día radiante, el viento con olor a jazmín le dijo a mi alma: — A cambio del olor de mi jazmín, me gustaría oler tus rosas. — No tengo rosas; todas las flores de mi jardín han muerto. — Entonces... me llevo los pétalos marchitos, las hojas amarillas y el agua de la fuente. Y el viento se fue. Y yo lloré y me dije a mí mismo: ¿qué has hecho con el jardín que una vez te encomendé? Para cultivar el jardín interior necesitamos crear un hábito durante las treguas diarias, de tal manera que aprendamos a disfrutar del olor a jazmín y de la frescura de las rosas, para que cuando llegue el viento en la edad del retiro las podamos oler.  Aprender a cultivar el jardín todos los días nos permite mantener alerta nuestra curiosidad, para satisfacerla con los conocimientos que son “el ornato de nuestra tierra”, de tal manera que florezca la vida que nos queda por vivir, y disfrutemos de lo que hemos sembrado.


Martín Casillas de Alba Sábado 9 de julio, 2022.

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