Es impresionante el trabajo que hizo Alexandra, la viuda de Lampedusa, corrigiendo, transcribiendo y editando el manuscrito que dejó su marido en mayo de 1957 como El Gatopardo, dos meses antes de morir en Roma donde lo estaban tratando con cobalto de un cáncer en los pulmones. El duque de Parma y príncipe de Lampedusa interrumpió la novela que había empezado a escribir en 1954 cuando su mujer, Alexandra Wolf von Stomersee, psicoanalista freudiana, mitad italiana y mitad alemana, lo motivó para que escribiera su autobiografía de tal manera que pudiera mitigar la desolación que había sufrido durante la segunda Guerra Mundial, para ver si con esa tarea podía “neutralizar su nostalgia”. Las bombas que habían caído en Palermo destruyeron el Palacio Lampedusa y todas las casas de la familia. Escribió y reescribió el primer capítulo de lo que sería El Gatopardo (Noguer, 1959) que empieza así: “Había terminado ya el rezo cotidiano del rosario. Durante media hora la voz sosegada del príncipe recordó los misterios gloriosos y dolorosos; durante media hora otras voces, entremezcladas, tejieron un rumor ondulante en el cual destacaron las flores de oro de palabras no habituales: amor, virginidad, muerte, y durante este rumor el salón rococó pareció haber cambiado de aspecto.” Con los primeros capítulos de su autobiografía donde había recreado la Sicilia de su niñez y el crepúsculo de la aristocracia, poco antes de que todo cambiara y no quedara nada de lo que existía, se dio cuenta del material que había desarrollado. Por eso, si pensaba que iba a cubrir toda su vida, apenas había terminado el primer capítulo, recordando las temporadas que pasó en Santa Margarita y en el Palacio Lampedusa, que la abandonó para seguir con su novela: “Toda la familia Salina descendió de los coches. El príncipe, contento ante la idea de llegar pronto a su Donnafugata predilecta…” Recreando su infancia tuvo varios elementos que le venían de maravilla para la novela: Santa Margarita, la casa de la familia de su madre, Beatrice Mastrogiovanni Tasca di Cuto, sería el palacio Donnafugata de su novela que, a partir de ese momento, escribió sin parar hasta el mes de mayo de 1957. Todo esto lo cuenta David Gilmour en la introducción a The Siren and selected writings (The Harvill Press, 1962), donde publican parte de lo que escribió sobre su infancia, la historia del Profesor y la sirena, breves ensayos sobre Shakespeare, Chesterton, Keats, Austen, Dickens y dos apuntes sobre la obra de Stendhal. Los primeros meses de 1957 fueron las más productivos de su vida. Por desgracia, no pudo revisar los capítulos de su novela que había terminado en mayo. Murió dos meses después. Alexandra, la viuda de Lampedusa, que lo sobrevivió un cuarto de siglo, tomó los manuscritos para corregirlos y reorganizarlos antes de mandarlos a los editores. La novela salió en 1959, ganó el Premio Strega y, veinte años después se habían vendido un millón de ejemplares y estaba traducida a veintitrés idiomas, de tal manera que ese noble siciliano, desconocido en los ámbitos literarios del siglo XX, resultó ser la sensación de las letras sicilianas. Cuatro años después, en 1963, Visconti estrenaba la película El Gatopardo, la versión inigualable basada en esa obra maestra con un reparto sin igual: Burt Lancaster como el príncipe Salina; Claudia Cardinali, como la bella Ángela Sedara y Alan Delon, el guapo sobrino Tancredi, tres actores que acabaron con el cuadro. Por primera vez, les aviso que la semana que entra escribiré una continuación de este tema, para contarles el cómo y el cuándo descubrí El Gatopardo, tal vez para seguir la moda de las series en TV. Por lo pronto, he podido compartir esta historia y el trabajo de la viuda de Lampedusa quien interpretó algunas palabras manuscritas que nadie entendía, editó y asignó nombres de lugares, respetando la escritura del príncipe para que pudiéramos leer una joya de la literatura del siglo XX.
Disfrutar del tiempo de aguas,
Martín Casillas de Alba
Sábado 25 de junio, 2022.
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