Justo cuando celebramos la vida a la mitad del invierno sin importarnos el clima destemplado, retomo la comedia A buen fin no hay mal principio de Shakespeare y Pedro Páramo de Rulfo para recordar primero lo que el rey de Francia le decía al joven Beltrán: “hay que aferrarnos al presente que se nos escapa. Somos viejos, y el tiempo se desliza sobre nuestros proyectos más breves que, sin ruido, se desvanecen insensiblemente antes que se realicen”, una vez que se había aliviado y se sentía bien, gracias a la curación que le hizo Helena o como después se le ocurrió al poeta William B. Yeats asegurando que “la decrepitud corporal es sabiduría; de jóvenes nos amábamos y éramos ignorantes”.
Beltrán no entendía lo que decía el Rey porque, como buen joven, no le importaba al paso del tiempo y lo rápido que pasa. ¡Ah!, pero los viejos sabemos que “el presente sale de no sé qué secreto escondite para dejar de ser futuro, escondiéndose de inmediato en no sé qué oculta madriguera para hacerse pasado”, tal como se le ocurrió a San Agustín en sus Confesiones.
El rey de Francia había vuelto a la vida y disfrutaba como nadie del presente. Al ver el resultado de su curación, Helena le pidió como recompensa si podía escoger marido entre los jóvenes de su corte. Por supuesto que escogió a Beltrán, quien tuvo que obedecer al rey, aunque, antes de consumar el matrimonio, se escapó a Florencia dejándole una nota a Helena en donde le decía: “cuando hayas obtenido el anillo que llevo en el dedo, del cual jamás saldrá, y cuando me ofrezcas a uno de tus hijos de quien yo haya sido el padre, entonces, me llamarás marido, pero ese entonces lo llamo jamás.”
Helena lo siguió a Florencia y se puso de acuerdo con Diana, la joven florentina con la que Beltrán había quedado de darse un revolcón, para que, sin darse cuenta, aplicaran “el truco de la cama” para que Helena le entregara su virginidad en lugar de Diana, una vez que la florentina había conseguido el anillo del galán a cambio de su supuesta virginidad. Esa ocasión fue para Helena su noche de bodas y por suerte, quedó embarazada como muchas veces sucede.
Ese truco lo asocio con lo que pasó en Pedro Páramo, cuando Dolores Preciado le propone a su amiga Eduviges que la sustituya esa noche porque ese día no podía ir: “anda tú por mí, no lo notará” —le dijo. En la madrugada del día siguiente, como ya era otro día, Eduviges le reviró a Dolores que fuera ella para que la sustituyera y, como quien dice, se llevara a cabo un doble truco de cama.
A esa hora de la madrugada, el susodicho ya no estaba tan borracho como la noche anterior, cuando no le pudo hacer nada a Eduviges, excepto treparle una pierna sobre las suyas y roncar. En cambio, a la fresca hora de la madrugada ocupó a Doloritas como Dios manda quien, sin querer, se embarazó de un varón que años después sabemos que fue a Comala “porque le dijeron que allá vivía su padre, un tal Pedro Páramo.”
Hay que reconocer el valor y la osadía de Helena que se la jugó curando al Rey, viajando sola a Florencia, intercambiándose por Diana a la hora de la hora, para que, como le pasó a Doloritas en la madrugada de esa otra historia de Juan Rulfo, quedara embarazada.
Cumplió los dos retos propuestos por Beltrán, al que no le quedó otra que aceptarla. Imagino que Helena le vuelva a dar vida al condado de Beltrán, apagado hasta ese día por el duelo, la vejez de la condesa y el desparpajo del joven heredero.
Así nos damos cuenta de la importancia del presente que se nos escapa, así como, los efectos secundarios en las mujeres que llevan a cabo el truco de la cama.
Publicado en Juego de espejos, por Martín Casillas de Alba.
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