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Ana Campos

Contemplar otras épocas



¿Saben cuántas personas en el mundo salen cada año a turistear? Mil cuatrocientos sesenta millones de personas fueron las que salieron en el 2019, uno de cada cinco habitantes, los otros cuatro se quedan en su casa y unos cuantos viajan a través de los libros, recorriendo las calles de Londres, Dublín, Macondo, Comala o París, ciudades en el tiempo, reales o ficticias, que las conocemos sin levantarnos del sillón, como lo hizo el duque de Esseintes, el excéntrico francés que vivía solo en una mansión de París de la que nunca había salido, hasta que un día se le antojó viajar a Londres y lo planeó con lujo de detalles, tal como lo cuenta Alain de Botton en El arte de viajar (Taurus, 2003).


Ese día, el duque arregló sus maletas y llegó a la estación que lo llevaría a El Havre para viajar en ferry a Brighton y de ahí, directo a Londres. Resulta que, en la estación, había un Pub donde se le antojó tomarse una media pinta, justo cuando se sintió abrumado por la gente que entraba y salía. Entonces, decide que su viaje llegaría hasta allí, “¿para qué salir, si uno puede viajar sin abrumarse con tanta gente?” Regresó a su mansión, empapeló las paredes con los mapas de la ciudad de Londres y de la mano de Charles Dickens caminaba por los callejones envuelto en la niebla.


Todo lo contrario de lo que hizo el duque de Esseintes, en abril del 2003 salimos a Inglaterra, justo cuando estábamos leyendo, en una segunda vuelta, las obras completas de Shakespeare y se me ocurrió documentarme sobre las historias de cada uno de los 154 Sonetos.


En Londres vimos Rey Lear en el Old Vic, Ricardo II en el Middle Temple y Las tres hermanas de Chejov en el Play House Theater con Kristin Scott Thomas como Masha, la hermana casada que había empezado a olvidar cómo era su madre, “del mismo modo que dejarán de acordarse de nosotras”, como les comentó a sus hermanas.


En la Catedral de Southwark vimos los vitrales donde estaban varios personajes de las obras de Shakespeare: Hamlet, Enrique V y sir John Falstaff, entre otros, así como, la escultura del Bardo recostado.


Otro día, fui en tren a Salisbury para conocer Wilton House, la casa de campo de los condes de Pembroke que, hoy en día lo habitan en la planta alta y permiten visitas en la baja y en los jardines. William Herbert, el tercer conde de Pembroke (1580-1630) podía haber sido el “young boy” de los sonetos, por eso, mi interés en conocerla.


“Los sonetos fueron la llave con la que Shakespeare abrió su corazón”, decía Wordsworth cosa que pude confirmar de alguna manera cuando los leí, anoté y consulté a los expertos, para descubrir la trama de cada uno de ellos, tal como proponía Claire Bloom, la actriz shakespeariana, maestra de actuación que les pedía a sus alumnos de primer año que los recitaran como si fuera una breve obra de teatro en tres actos, de cuatro líneas cada uno y un cierre de dos, tal como podemos imaginar el primer acto del Soneto 73:


Contempla en mi aquella épocas del año,

cuando las hojas amarillas, pocas o ninguna

cuelgan de las ramas que tiemblan por el frío como desnudos

coros en ruinas, donde una vez cantaron los pájaros.


Recorrí los jardines en Wilton House, me senté en la banca en donde uno murmura en un extremo y se oye perfecto en el otro; caminé bajo los cedros de Líbano en el jardín y estuve en la sala principal donde Shakespeare pudo haber entregado los primeros diecisiete sonetos a William Herbert cuando cumplió diecisiete años, con diecisiete diferentes razones por las que debería casarse y tener descendientes, tal como lo deseaba su madre, Lady Mary Sidney.


Si viajar ilustra y leer cultiva, cuando hacemos las dos cosas, entonces, podemos contemplar aquellas épocas y, de esa manera, saber dónde estamos parados.



Martín Casillas de Alba

Sábado 20 de agosto, 2022.



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