Ha sido una sorpresa la reciente publicación de Mónica Lavín, Últimos días de mis padres (Planeta, 2022), un libro que se presentó en la Casa Lamm el pasado miércoles 8 de junio con casa llena, acompañada por Rosa Beltrán y Ricardo Raphael. Resulta que en esta crónica Mónica no se aparta del tema central y, si lo hace, es para tomar un poco de aire, antes de volver a describir la vida de esos días cuando Charo y Miguel Ángel se estaban muriendo, cada uno por su lado, con diferencia de un año. Cuando Mónica tuvo la energía para recordar esos días, se puso a escribir los últimos días de sus padres. “Cuando en la apacible y silenciosa meditación me dedico a buscar el tiempo perdido, suspiro al recordar tantas cosas anheladas con esos viejos dolores”, decía el Bardo, como imaginé que le pudo haber pasado a Mónica mientras trabajaba en este libro, ahora que domina el arte de escribir para ir al galope desde hace tiempo, segura de su oficio y de su pasión por la vida. El oficio de Mónica es patente y estas crónicas fluyen de tal manera que no puede uno dejar de leerlas en dos sentadas, como las partes en las que dividió su libro: la primera, con los últimos días de su padre y, la segunda, los de Charito, su madre. Para el 2018, Mónica, María José y Pedro eran huérfanos. Charo y Miguel Ángel fueron parte importante de mi otra vida desde que los conocí, gracias a Jaime Muñoz de Baena cuando llegué a la ciudad de México en 1964. Por eso, la lectura que he hecho es diferente, pues llegué a conocerlos bien desde entonces y luego cuando nos reuníamos en su casa de Coyoacán los domingos. Creíamos estar en el apogeo de la vida y, por eso, tirábamos cohetes mucho antes de recoger vara, cuando todo cambió y se dio la debacle de las parejas, los cambios de vida y de oficio, las separaciones, los nuevos amores y, durante todo ese tiempo, el psicoanálisis salvador. La lectura de este libro me permitió recordar algunos de esos momentos que Mónica menciona, cuando toma un poco de aire fresco antes de regresar a la fatiga y al dolor de la muerte anunciada. En medio de estos devaneos, dudó por un momento titular este libro como La hija afortunada, tal como lo ha sido. “Cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo…”, escribió Proust e imagino que le pasó a Mónica con el Chanel Black que usaba Charito. Pudo relatar en detalle los últimos quince días de vida de su padre, que ya había alcanzado los 90 años y los últimos de Charito a sus 86, cuando “finaliza esa extraña y memorable historia, la segunda infancia, el puro olvido, sin dientes, sin ojos, sin gusto, sin nada” como decía Jacques, que tanto nos duele cuando somos testigos del gran final. Joan Didion evadió la muerte súbita de su marido y la de su hija sucedidas el mismo año. Luego escribió El año del pensamiento mágico. Mónica, por momentos trató de evadirlas, intentando viajar a donde fuera para presentar sus libros, hablar de literatura y respirar otros aires, en lugar del sofocante olor de los hospitales. No sabía, tal vez, que “los moribundos jamás sospecharían hasta qué punto son meros pretextos todo lo que aquí producimos”, como decía Rilke. Este libro que escribió Mónica me parece que es un ejercicio catártico, una terapia y una manera de cerrar con broche de oro su duelo, para seguir caminando con pie firme, tal como lo ha hecho desde que encontró su propio camino y vive su propia vida.
Lo mejor para las vacaciones de verano, Martín Casillas de Alba Sábado 18 de junio, 2022.
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